jueves, 30 de julio de 2009

Adios Casa.

        Escribo sentado en el suelo del estudio. El ordenador descansa sobre la última jarapa. La mudanza está casi terminada. El verano invade la habitación liberada y se arremolina alegremente en el hueco que yo dejo para las historias que vengan. Desordena los cientos de momentos que dan forma a estos dos años, momentos hermosos, horribles y, entretanto, momentos de paz o simple indiferencia… los menos, la verdad.
        Desde que a falta de muebles habito más el suelo, veo la casa desde una perspectiva nueva. Desde la altura de un niño pequeño -entre colonias de objetos en retirada- me veo a mi mismo... y, mal que me bien, me reconozco.
        EL sábado cerraré con las mismas palabras con las que cierro cada mañana al salir, pensando en cuando regrese, ya al otro lado del día. Me gusta recrear en mi cabeza su voz que me contesta desde su garganta de habitaciones y armarios. Es una voz profunda y femenina, que llega a mi rebotada por la pared del pasillo junto al resplandor que por alguna ventana tre el sol de levante.
Me despido acostado en una gran hamaca que flota sobre el suelo del estudio, tendida entre una nueva nostalgia y una nueva ilusión.

domingo, 5 de julio de 2009

        Hay veces en las que, de pronto, desde el sitio en que estas, allá donde mires, la visión encaja en no sé qué puzzle invisible y verdadero. Y, con cada arista y cada tono de color, como una de esas películas que hay que ver por segunda vez, el mundo parece un mensaje en clave recién descifrado.
        Estoy en Torremolinos. Al principio de este lugar donde nunca antes estuve porque nada se me había perdido.
        A mi derecha veo la orilla extenderse hasta qué se yo donde, las cañas de pesca asomándas al infinito, las luces de colores de los chiringuitos y los puntos dorados y perfectamente ordenados en las fachadas de los enormes hoteles pasados de moda.
        Yo me encuentro a salvo sentado en la arena fría.
        A la izquierda, la oscuridad sobre la playa de levante y sus tumbonas vacías, las luces de los bloques de Sacaba Beach, perdidos y felices entre la ciudad y la periferia, y, más allá, el resto de la bahía encendida y silenciosa solo como un caldo justo antes de hervir… En alguna parte entre ellas, el Pantalán de la Cross se camufla en la oscuridad marina, bendecido por una soledad sin nombre que me produce tanto miedo como ganas de explorarlo.
        Frente a mi, a pocos metros, el Mediterráneos entero con sus minúsculas olas les susurra algo a mis zapatos llenos de polvo y arena.
        No se tiene que perder nada para ir a un lugar. Los lugares existen. Para mi es importante no olvidarme de ello.
        Hay veces que el paisaje te envuelve, cerrando definitivamente a tu alrededor esa cosa que llamamos realidad que te entrega como un abrigo en una mañana muy fría. Entonces puedes leer claramente el tramo del mensaje del mundo que empieza a escribirse en el horizonte y acaba en tu propia piel.
        Te sientes terriblemente vivo en el silencio cotidiano de la verdad.
        Me llamo #…, tendré 31 años en pocas horas y reconozco este instante como parte de la vida que me ha tocado vivir del mismo modo en que un astronauta clava su bandera sobre la luna.

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